viernes, 6 de enero de 2012

Una noche inolvidable

"Qué noche la de aquel día..."

Esta primera entrada viene marcada emocionalmente, como espero que lo sean las demás. Sin embargo, no creo que todas las ocasiones serán tan únicas e inigualables para merecer el comienzo de un blog.

Sí, hablo de anoche. De la conjunción de factores que produjeron que ésta fuera absolutamente inolvidable. Volvía al Arcángel, a nuestro reino, después de 3 meses de exilio forzoso (no por parte del rey, sino de emisario en lejanas y frías tierras), y mi retorno no pudo ser más... no sé si existen palabras para expresarlo. Una especie de mezcla entre asombro/felicidad/amor que es difícil de concebir si no estuviste allí. Bueno, la parte positiva del asunto es que no se puede decir que fuimos poca gente, así que el sentimiento se puede comentar con más gente...

Porque es inconcebible intentar comprender lo sucedido anoche sin la previa. Una previa eufórica que merecía un final (momentáneo, eso sí) a su nivel.

Desde el inicio, cuando la directiva decidió situar el precio de las entradas en unos asequibles 10 € para el público en general, pasando por la respuesta popular, que pasó de una mediana euforia a un auténtico estado de histeria por conseguir una entrada (Conozco casos, que me tocan de cerca, que tuvieron que ir al estadio 2 veces a por entradas el mismo día), hasta que, de nuevo la directiva favoreció el gran momento de la noche.

Podría entretenerme en los prolegómenos, con el reencuentro de caras conocidas, todos anonadados ante lo que sucedía ante sus ojos, viendo cómo una procesión, bulliciosa y sobre todo, multitudinaria, se aproximaba sin cesar al estadio, a pesar de que quedaba mucho tiempo para comenzar. Lo nunca visto en esta ciudad anquilosada, reacia al cambio y la novedad.

Sin embargo, una vez dentro, sí había cambiado algo. Joder que sí. Desde la última vez que vine, muchas cosas habían modificado su curso. Ahora el estadio lucía magistral, lleno, como un campo inglés de esos que ves por la tele y sólo puedes sentir envidia. Pero no, no estaba en Inglaterra, estaba allí, en mi estadio, en mi casa, con los ojos muy abiertos y el corazón a punto de salirse del pecho. Creo que no he vivido un momento más intenso dentro de un campo de fútbol (y creo que he vivido unos cuantos...).

Podría ( y debería, para hacer justicia a esos héroes que ayer se batieron de igual a igual con todo un 7º de Primera División) hablar de fútbol, pero no. Porque si ellos nos hicieron disfrutar, a fe mía que lo consiguieron. Los recuerdos se me agolpan, pero aparecen en muchos casos difusos, como cuando sueñas, o cuando estás embriagado. Quizás sea eso, estaba borracho de éxito, sin necesidad de beber ni una gota.

Pero como toda borrachera tiene su "puntillo", ésta no podía ser menos. A pesar del mazazo que nos dieron, un chico de coleta y pelo repeinado que ni el Conde Lecquio en sus mejores épocas, nos sobrepusimos, y llegó el momento en el que salté, me abracé con mis compañeros, pero sobre todo, grité. Grité como si no existiera mañana, como si mi vida dependiera de ello. Todavía, incluso escribiendo estas letras, me tiemblan las manos al recordar esas bufandas, esas danzas con la música de los goles, esa vista alrededor que no podía imaginar.

Lo mejor, que pensábamos que había llegado, estaba por llegar, porque el segundo gol (totalmente merecido, a tenor de lo visto en el tapete, equipo visitante del que esperaba más, sinceramente) provocó un éxtasis fuera de toda borrachera. Lo que 5 minutos antes era impensable, se conseguía. La felicidad, el orgasmo futbolístico. El que estuvo allí y lee ésto, seguro que sabe de qué hablo. Esa sensación, ¿verdad?, pregunto con una media sonrisa cómplice.

Y así acabó, como acaban las cosas que tienen un buen final. Feliz. Completo.

Yo fui uno de los 19.311 (oficiales, ejem, lo de siempre) que ví ese partido. Y lo recordaré hasta el último de mis días.

P.D.: Fotografía cortesía de @LuisAlguacil. Muchas gracias.

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