domingo, 25 de marzo de 2012

El surrealismo puro

"Si yo en realidad estaba montado en el metro y me iba a mi casa"

Aviso al lector. Este post es inmenso y se trata de una crónica. Queréis saber lo que pasó? Leedlo, pero estáis advertidos de que es inmensísimo. En todos los aspectos, longitud y calidad del mismo. O de la historia narrada, vaya.

Sí, amigos, así empezó todo. Había quedado para terminar de perfilar los últimos detalles sobre mi inminente viaje a Venecia (y algún dios misericordioso sabe dónde más). Estaba montado en el metro, con Amparo, una amiga mía, cuando de repente... me llaman. Ferrán.

Aunque algunos que lean esto no les pongan rostro a los nombres, otros sí, así que diré los nombres. Porque cada nombre cuenta, juega un papel en esta historia...

F: "Ey tío, Mario, dónde andas?"
M:"Pues en el metro, tío, ya voy pa casita, qué quieres?"
F: "Vente para Stephansplatz (la catedral, el centro mismo de Viena), que hemos quedao allí con Laura y Ana y vamos a Museumsquartier (otra parte del centro donde se hace botellón y se está de lujo por las noches) a hacer botellón"
M: "mmm... venga vale, anda, voy un rato"

Así es como decidí salir. Llegados a este punto, es el momento de explicar mi indumentaria y mis acompañantes. Empecemos por los acompañantes. Casualmente tenía en mi brazo derecho una botella de Ballantines por la mitad del día anterior, con el Red Bull que me había sobrado. Casualidades. También llevaba un kindle, de mi hermana, que jugará su parte importante en las siguientes horas (No, Isa, no te lo he perdido, tranquila!).

Ya hemos hablado del acompañamiento, que por mano del destino, era el adecuado. Ahora hablemos de mi indumentaria. Nunca he sido yo un chico de arreglarme, soy más dado a la ropa "sport" (bellísimo eufemismo) que a vestir decentemente con bonitas prendas. Yo había ido a la residencia de Diego a terminar de perfilar esos flecos, recordáis? Pues adivinad cuál era mi atuendo...

Pues no, queridos, no iba de chándal... Llevaba unos vaqueros y un chaquetón, muy decentito todo. Eso sí, debajo llevaba la camiseta de México, que me he puesto por primera vez durante la Erasmus. Casualidades, todo casualidades.

Así pues, una vez hecho este largo inciso, me dirigí al lugar indicado. Tras los saludos, Ferrán me comenta que tenemos que ir a otro lado, que habíamos quedado en Schwedenplatz, no en Stephansplatz. Tras las coñas de rigor, decidimos encaminar nuestros pasos (éramos el propio Ferrán, dos franceses y Adrià, el hermano de Ferrán) hacia el lugar indicado. Allí habíamos quedado con Laura y Ana.

Bien, a estas alturas estarás pensando ¿Qué demonios hay de nuevo para que sea surrealista? Pues comencemos.

Una vez allí, tuvimos que esperar a estas dos señoritas durante más de una hora. Pero creedme, finalmente mereció la pena. Vaya que si la mereció. Porque cuando llegaron, resulta que no íbamos a hacer botellón, sino a entrar en los pubs. Mis ojos en ese momento eran dos platos enormes, porque yo llevaba una botella de cristal y sabía que obviamente no me iban a dejar entrar con ella. Así que tras un alarde de ingeniería y un derroche de ingenio (intentar meter la botella en el bolso de las chicas y luego debajo de mi chaqueta) entramos al bar.

El bar, de cuyo nombre no quiero acordarme (tampoco me sé el nombre... jajaja) era un antro inmundo. A esas horas (2 A.M.) en Austria no hay nada más que borrachos, y Laura tuvo la feliz idea de que compartiésemos mesa con unos chicos. Bendita la hora que dijo eso. Porque resultó que uno de ellos era un ligón empedernido, y estuvo metiéndole fichas a Ana durante 20 minutos. Su cara era un poema, casi al nivel de las nuestras. Por diferentes razones, obviamente. Ella era de sufrimiento como si le estuviesen clavando agujas, mientras que nosotros sonreíamos, en el mejor de los casos, con timidez.

Así hasta que el chico comprendió que era infranqueable esa fortaleza y le dió por sacarme de mi ensimismamiento televisivo. Porque lo único bueno en aquel bar, aparte de la cerveza verde que sobró de San Patricio, era que estaban poniendo un capítulo de Juego de Tronos. El chico me tomó por un alemán, (supongo que no era suficientemente guiri ir con una camiseta de México, no sé) así que empezó a hablar en esa bella lengua.

Si juntamos mis vastos conocimientos de alemán (?) y su borrachera carente de dicción, comprendereis que mi respuesta fue "Sorry, I don´t speak German". Y ahí fue el comienzo de una serie de frases, que eran (las que pude captar) tales como "No deberías estar aquí si no sabes alemán" o "Por qué no sabes alemán?" finalizando con un "vete de aquí, venga sal conmigo". A todo esto, dado mi natural carácter flemático, le dije que no iba a ir a ningún lado y el chico se fue, dejándome en mi ensimismamiento televisivo junto con mis amistades.

Porque en esta fase entra en acción Adrià, el hermano de Ferrán. Decide tomar las riendas del grupo y nos propone ir a otro lado, que es su "last night" aquí. Laura acoge la idea con entusiasmo y yo, que a estas alturas creo haberlo visto todo por esa noche, decido continuar. Y hete aquí que cojo un vaso de estos de plástico a la salida del bar, y decido empezar a darle uso al Ballantines y al Red Bull que llevaba guardado bajo la chaqueta. Decido empezar a beber para no ser el único que no bebe del grupo.

Hasta entonces habían sido una serie de pintorescas escenas, pero nada tan bizarro como ir bebiendo en manga corta, con la camiseta de México, un Ballantines con Red Bull por mitad del centro de Viena. Nuestros pasos acaban dirigiéndonos a la estación de metro, y allí suceden dos cosas. La primera es el "esquinazo" no deseado a los franceses. Creíamos que íbamos en la dirección correcta, y ellos fueron los primeros en tomer las escaleras mecánicas. Estábamos a punto de cogerlas el resto del grupo cuando caímos en la cuenta de que no era el camino a seguir. Les dijimos adiós con la manita con carita de pena, como cuando ves hundirse a un barco y ves que no hay remedio de reflotarlo. Momento muy gráfico, la verdad.

La otra situación curiosa es la vuelta que dimos por mi culpa. Todo por no esperar mucho rato el maldito metro, cosa que al final se tornó en mi contra. Porque estuvimos esperando casi más tiempo el siguiente... jajaja... Lo único bueno de este momento es que fuimos acabando la botella de Ballantines entre los presentes, poniéndonos aún más a tono. Fue en este trance cuando Ferrán ya, afectadete, le dice al hermano "No, no quiero que bebas más chupitos, ya me los bebo por tí". Risas aseguradas en el dichoso metro. También fue este punto cuando encontramos a una mallorquina, a un profesor que guiaba "un rebaño de 25" (literalmente en sus palabras y en español), aunque creo que nunca sabremos de qué era el rebaño. xD

Total, que finalmente dimos con nuestros huesos en la fiesta deseada por Adrià, que estoy seguro que no era la que anhelaba. Básicamente porque la música era indie y allí los únicos que parecíamos estar agusto con esa música éramos Ana, Laura y yo. Pusieron The Strokes, Franz Ferdinand y, sobre la bocina, Ana pidió Placebo. Se la pusieron, irradiamos felicidad, bailamos con unas energías fantásticas... vamos que lo dimos todo (es el primer bar de este estilo que encuentro aquí) y nos marchamos cuando no había música ya. Sí, amigos, si en ese momento buscaba usted la palabra "cierrabares" en el diccionario salían nuestras demacradas caras. La mía en especial era un poema, creía que ya no me podía pasar nada más que provocase mi carcajada, pero no, todavían quedaban momentos por vivir.

Llegó el momento de la despedida del par de hermanos, con un abrazo sentido para Adrià, que se encargo de recordarnos unas cuantas veces "No es un adiós, es un hasta luego, volveré", envuelto en un perfume de ebriedad. Fichaje. Jugón. Artista. Máquina. Fistro. Promete este chico.

Así pues, quedábamos los últimos de Filipinas. El mosquetero y las dos mosqueteras. Y hambrientos. Decidimos encaminarnos a poner fin a esta tortura post-fiesta que es el hambre mañanero. Decidimos ir, cómo no, al McDonalds. Pero el restaurante más cercano estaba cerrado, abrían a las 7, y eran las 6:40. Y había gente haciendo cola esperando para comprar!! Así pues, decidimos ir al McDonalds de Karlsplatz.

Y aquí ya la cosa se nos fue de las manos. Si lo anterior daba para tesis doctoral sobre filosofía de la vida y el surrealismo práctico, no hay palabras para definir lo que nos pasó allí. Para empezar, no había mi objeto de deseo, unas McDoubles. Por qué? Porque a esa hora sólo servían desayunos. Así que... ya me véis a mí, bebiéndome el café (con la nariz tapada con dos dedos, odio el café) mientras me comía una hamburguesa, mientras Laura y Ana me acompañaron en ese trance, ellas gustosas con su café.

Pero quedaba la traca final. Porque a poco que agudizamos el oído, nos dimos cuenta de que no éramos los únicos hispanoparlantes en el bar. Había un grupo de sudamericanos, que estaban allí liándola un poco. Pero sobre todo, había un grupo de 3 cerca de nosotros que... madre mía.

Entabló el chico conversación al grito de "Sois españoles?" Un clásico. A lo que contestamos que sí. Respondieron mis acompañantes que eran de Valencia y me preguntó que si yo también. Le dije que de Valencia del sudoeste, de Córdoba. "De Sevilla?" inquirió de nuevo. "De Córdoba" volví a responder. Decir que el diálogo era besuguesco es ser respetuoso y amable para lo vivido en ese momento.

Resulta que el chico era de Posadas (un pueblo de Córdoba). Imaginaos. El surrealismo puro.

Nos estuvieron contando los amables chicos que trabajaban allí, en Viena, todas sus peripecias y aventuras, a lo que nosotros correspondíamos con las nuestras de Erasmus. Hablamos de España, de trabajo y de la vida. Vamos, lo que se dice divagar a esas horas, que era de día. Las 7 de la mañana, concretamente.

A todo esto, quedaba el toque final típico mío de perder las cosas. Porque mi kindle todavía se hallaba en poder de Ana, que estaba en otro lugar esperando el bus. Así que, ahí está el tío, corriendo por todo el centro de Viena, en búsqueda de esas dos grandísimas personas en busca de mi kindle. La guinda perfecta para una noche inolvidable.

"Yo iba a mi casa en el metro..." recordaís? Pues sí, era el comienzo. Y ahora sabéis el desarrollo y el final. Increíble, pero real. Grandioso, a su vez. Y sí, totalmente surrealista.