lunes, 27 de febrero de 2012

Odisea

"Háblame, oh Musa, de aquél varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo.."

Escribo estas líneas mientras estoy sentado en el aeropuerto de Madrid-Barajas. A las 18:00 de la tarde he comenzado a escribir, cuando debería de estar de camino para Viena, al menos, recorriendo un largo trecho del mismo.
Podría argumentar que escribo por el mero interés de mis seguidores del blog, lo cual sería una doble mentira. La primera, porque sería tirarme el farol, considerándome escritor de fama, y sobre todo, la segunda, que es la principal razón de que escriba. El aburrimiento. Sí, un aburrimiento atroz, de fin de semana sin deporte.
El que nunca ha tenido que soportar una espera para coger un avión, posiblemente no comprenda estas palabras, tan poco productivas y escasas de cualquier tipo de calado. Como ya  he dicho, estoy esperando mi vuelo, hacia Viena. Cuando debería de haber embarcado a las 15:35. Sin embargo, aquí estoy, sentado en una butaca casi tan dura como las que hay en mi facultad, haciendo tiempo gracias a la ineficacia de Iberia.
Podría ponerme a despotricar sobre la compañía, realizar paralelismos jocosos entre la lentitud y la manera de hacer las cosas de la aerolínea española y el país mismo. Pero no, ya se me ha pasado la cólera, la ira y todos aquellos pensamientos que hacían que se me llevase el diablo hace dos horas. Es más, escribo esto con una sonrisa torcida, semi irónica, sarcástica. Con el típico humor negro, fatalista y resignado que me caracteriza. Maldiciendo mi perra suerte, que ya podía estar casi en casita, con todo en orden y sin sobresaltos. Como debería ser, como los alemanes mandan.
A pesar de lo cual, no todo son malas noticias. Estoy sentado junto a una impresionante cristalera en la T-4, viendo un atardecer precioso, observando el suave tránsito de aviones que llegan y se van. Viéndolos aterrizar desde que apenas tienen la forma de un pájaro hasta que se vuelven inmensos casi junto a mí y tocan tierra. Son tan parecidos al mío, y, sin embargo,  tan diferentes al que debería de haber sido mi pasaje…
Porque mi vuelo ha partido delante de mis narices. Literalmente. Un odio frío me recorre en un primer momento cuando pienso de nuevo en ello. Pero luego río interiormente, porque ha sido tan de película, tan patético… Hemos llegado a la misma hora que partía el dichoso avión hacia la capital austríaca.
He descendido el primero, con los ojos exaltados, sin pensar, con la misma cara que pones cuando ves que estás perdiendo un partido y se acaba el tiempo. Desquiciado por la actuación arbitral, además. Esa cara de no creértelo, de por qué me pasa a mí. Qué he hecho para merecer esto. Mientras; corres como no hubiera mañana, no te paras a observar nada, las caras son borrosas, esquivas carritos, maletas, personas… con una habilidad en el slalom que ya lo quisiera Messi. O Linsday Vonn. O Alberto Tomba. O Fernández Ochoa.
Pero bueno, no todo han sido malas noticias después de ese shock que me ha hecho cruzar la T-4 corriendo entera, de punta a punta (lo cual tiene un mérito enorme, creedme, es inmensa la cabrona). Al llegar al punto de información de Iberia, me han dicho que hay vuelo a las 20 h. Bueno, mejor dicho, programado para tal hora, claro. Porque es tan teórico como decir que España tiene soberanía nacional y que existe una democracia con división de poderes. Ya, claro. Te lo tienes que creer antes de que te entren ganas de pegarle fuego al tinglado entero. A ambos tinglados.
Además, en dicho mostrador, aparte de darme una entrada para la siguiente lotería, me han dado un ticket. Para comer. Gratis, cosa que he agradecido mucho. Y pensándolo fríamente, es una brillante estrategia comercial. Porque con el estómago lleno se ven las cosas de otro modo, se sobrelleva de otra manera. Así que ya me puedo catalogar como romano feliz. He tenido pan, y he tenido circo. Hala. Plas, plas, fantástico. Y a otra cosa. Suerte que tiene uno ¿eh?
Cuando escribo, de vez en cuando, al pensar una palabra, una frase, cómo expresar una sensación, miro hacia la ventana. No dejan de llegar, de seguir llegando en esta bulliciosa ciudad en sí misma que es una terminal de un aeropuerto. Que es una pequeña España en chico. Con sus inmensos defectos y sus escasas virtudes. El clima, por ejemplo. El paisaje. Y, sobre todo, algunas de entre el paisanaje, que hace que se te pasen por la mente mejores ideas para entretenerte que escribir una entrada en un blog.
Pero bueno, he de terminar, me estoy quedando sin batería y he conseguido que pase un rato, expresándome y desahogándome mediante la escritura. Ya queda menos para llegar a una tierra que cada vez parece más el paraíso sin sol.

P.D.: El avión salió tarde, llegó tarde a Viena y provocó que tuviera que coger el último cercanías casi a la carrera. Un epílogo digno de la historia...