martes, 17 de enero de 2012

Let it snow, let it snow, let it snow...

Me siento gilipollas. Completamente estúpido. Pero es incontrolable. Para un tío del sur (del sur del sur, añado) ver caer nieve de esta forma es poco menos que un suceso paranormal, mágico. Cosa de brujería. Brujería negra, me permito añadir, sobre todo teniendo en cuenta que he de estudiar y ando mirando la ventana como un perfecto imbécil. Brujería que te atrae, como cuando ves un par de tetas y sabes que podrás estar horas y horas observándolas, embelesado, que jamás te cansarás de mirar. Pero la nieve, en lugar de no mirar por no faltar al respeto de la dama, te permite ser lujurioso con ella, tocándola y sobándola hasta convertirse en nada. Sin quejas. Sintiéndote en el mismo lugar cómodo, confortable, donde la sensación es parecida a estar flotando. Así no se puede estudiar, desde luego.

Supongo que esta entrada a la gente del norte, o los que tienen nieve con razonable frecuencia les parecerá una tontería. Incluso a mi vecino de enfrente, que me da que está acostumbrado a este tiempo, ya que tiene su ventana abierta.

A mí también debería de no asombrarme, si me paro a pensar fríamente (como no puede ser de otra manera con este tiempo). Porque la nieve es un fenómeno atmosférico natural, como el sol o la lluvia. Pero no, no es normal. Aquí nieva con una saña que sobrepasa cualquier límite, dejando los rostros fríos y contraídos al paso de los valientes que se atreven a atravesar este manto blanco que cubre la ciudad.

A pesar de lo cual, en mi fuero interior me alegra saber que no estoy tan loco. Todos los españoles que estamos en Viena flipamos. Valencianos, granadinos, malagueños... mediterráneos en definitiva más acostumbrados a los 40ºC a la sombra que a estar en negativo. No hay nada más divertido que observar un muro de Facebook de un Erasmus en esta ciudad ahora mismo. La euforia, la alegría que desprendemos, las ganas de salir a la calle y hacer batallas con bolas de nieve. Todos compartimos esas sensaciones. En suma, la felicidad del hecho insólito para nosotros (que no por ello menos esperado) que se muestra en forma de copos blancos regalados del cielo, dejando en la retina imágenes grabadas para siempre, para el recuerdo.

Mientras escribo ésto los copos caen. Algunos se deslizan lentamente, perezosos, hasta llegar al suelo. Como si disfrutasen del viaje mecidos por el aire. Otros, en cambio, van tan rápido en oblicuo que parece que tienen prisa por cumplir su cometido, por terminar ese engorroso trámite. Pero los que más me gustan es cuando el viento sopla tan fuerte que se desplazan en horizontal, como un ejército furioso en busca del final de la calle, dejando una densa cortina blanca a su paso, conscientes de su fuerza como unión.

Pero a mí realmente me da igual la forma que tengan de caer, yo lo que quería era ver nevar así. Y por primera vez en mi vida, lo he visto.

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